viernes, 4 de julio de 2014

La figura del héroe 1 / 2


El héroe es una figura absolutamente vigente aunque nuestro clima cultural le sea hostil.

En otras épocas el héroe solía tener importancia social y pedagógica; pero el clima cultural de la Posmodernidad no resiste su figura.

Los lugares vacantes son llenados con algo. En el caso del héroe, el vacío que deja su figura es cubierto por remedos de muy inferior calidad, como el hombre exitoso (en el deporte, en las artes, en las finanzas, en la vida social), o, en el ámbito de la ficción, el superhéroe, que puede considerarse una parodia del héroe.

El héroe clásico muere o puede morir: abre la trascendencia, al tiempo que es un inspirador modelo de virtudes a imitar. El superhéroe, en cambio, es inmortal, casi impasible. Subyace en su mundo una concepción profana de la vida y de la realidad. Nos confirma en nuestra situación presente, en nuestra inmanencia.

El heroísmo se revela en la adversidad, en el fracaso, en la derrota; hasta en la muerte. La santidad supone el heroísmo; y su exponente más visible y extremo, el mártir, es un héroe también. El santo es el modelo más acabado del héroe.

El héroe enfrenta la adversidad, muchas veces en soledad. Su corazón está fijado en la virtud de la fortaleza, llevada al límite. Además de fuerza para resistir y luchar, la fortaleza le da paciencia para soportar los sufrimientos físicos y morales. El héroe está dotado también de las otras virtudes cardinales: con la justicia da a cada quien lo que le corresponde; con la templanza se modera en los placeres; y con la prudencia ejerce el gobierno de las demás virtudes, y así impone su señorío sobre las pasiones.

El superhéroe, en cambio, tiene poder; o poderes que no pueden aplicarse de forma concreta a situaciones reales. Las virtudes sí son aplicables eficazmente a la realidad: la transforman y abren la trascendencia.

El héroe encuentra su lugar apropiado en la guerra, en el conflicto desatado. Lo propio del héroe es la lucha, en la que puede ser vencedor o no

Varias son las formas de la lucha. Existe el combate exterior, la lucha contra el enemigo, que puede darse tanto en el combate singular como en en el combate junto a otros. Pero también puede darse el combate interior: la lucha del héroe por vencerse a sí mismo en sus temores, debilidades o pasiones.

El superhéroe se enfrenta más que nada al enemigo exterior, haciendo una demostración de su poderío y superioridad sobre los demás. Experimenta el reconocimiento. Logra el aplauso.






En la actualidad asistimos a un socavamiento del héroe. Esto se aprecia claramente en la tendencia a rebajar y degradar a los próceres y héroes nacionales, figuras que nuestro clima cultural parece no resistir. Existe hasta un regodeo en la exhibición de los próceres en situaciones poco decorosas o en la revelación de debilidades, supuestas o reales, con el pretexto de "humanizar" su figura.

Contrariamente a lo que debería ser, la tendencia es abajar al héroe hasta hacerlo descender a lo más básico de la condición humana, no ya elevar nuestra condición a la excelencia, inspirados por el arquetipo del héroe. Esta es otra característica del clima disolvente en que vivimos.

Entre las formidables cualidades del héroe se destaca que enfrenta la adversidad, más allá del resultado: el héroe no siempre es comprendido, ni reconocido. En el Himno a San Martín este aspecto se revela metafóricamente:

"grande fue cuando el Sol lo alumbraba
y más grande en la puesta del Sol".

San Martín fue grande en la gloria militar (cuando el Sol lo alumbraba), pero acaso haya sido más grande después, en el ostracismo (en la puesta del Sol). El héroe no depende del éxito mundano ni lo busca.

Los héroes siguen siendo dignos de admiración, y modelos a imitar. Los encontramos en la literatura, entre los próceres y entre tantos seres anónimos que a o largo de su vida nos edifican con la ejemplaridad de sus virtudes. Si miramos bien, hay muchos héroes entre nosotros, aunque nuestra época no los comprenda, y mucho menos los aplauda.