sábado, 19 de julio de 2014

El Conde Lucanor 1 / 2


El Infante Don Juan Manuel (Escalona, 1282 - Córdoba, 1348) fue sobrino del Rey Alfonso X, el Sabio, y nieto del Rey Fernando III, el Santo (san Fernando). Fue el autor del libro que conocemos como El Conde Lucanor.

Ya a los doce años luchaba contra los mahometanos. Este noble guerrero fue además un eximio escritor en lengua romance (castellano), estuvo familiarizado con el gobierno de las tierras, con la educación de príncipes y con la meditación espiritual. Se destaca en su formación la influencia del pensamiento dominico. Los dominicos dieron impulso al uso del exemplum para predicar y comunicar enseñanzas.

Entre sus numerosas obras se destaca el Libro de los enxiemplos del Conde Lucanor et de Patronio (1335). Este libro incluye una colección de 51 relatos, con intención didáctica y moralizante. En el Prólogo el autor expresa su deseo de que "los que este libro leyeren, que se aprovechen dél a servicio de Dios et para salvamiento de sus almas et aprovechamiento de sus cuerpos".

Los relatos presentan la siguiente estructura: 
a- Marco. El joven Conde Lucanor se encuentra en alguna dificultad o tiene que tomar una decisión; y pide consejo a su ayo y consejero Patronio.
b- Apólogo. Patronio le contesta argumentando con un "enxiemplo" del que se deduce una enseñanza. 
c- Moralización. La enseñanza presentada es aceptada por el Conde Lucanor. Aclarada la duda inicial del joven caballero, la enseñanza se pone por escrito en forma de moraleja.

También es célebre el Libro del caballero et del escudero (1328), una ficción literaria en la que se simula un diálogo entre un anciano caballero y un caballero novel.

Don Juan Manuel es considerado uno de los principales representantes de la prosa española medieval. La mayor parte de su obra es didáctica y narrativa. Se destaca el interés en la adecuada formación en cuerpo, alma e inteligencia del caballero medieval

La obra didáctica de Don Juan Manuel puede encuadrarse en la denominación de educación de príncipes, género también conocido como espejo de príncipes o regimiento de príncipesEn ella se subraya la importancia del cumplimiento de los deberes de estado para la salvación del alma.


El Conde Lucanor. Primera edición publicada, Sevilla (1575)




Más sobre la vida del Infante Don Juan Manuel:

http://www.biografiasyvidas.com/biografia/j/juan_manuel.htm 

lunes, 7 de julio de 2014

Ceferino Namuncurá con el Papa


En esta carta Ceferino Namuncurá relata la audiencia en que fue recibido por S. S. Pío X, el 27 de septiembre de 1904. Intercambiaron obsequios y el Papa le pidió que trabajara por la conversión de sus hermanos de la Patagonia.





Milán - 3 de octubre 1904


¡Viva Pío X!
¡Viva Jesús y María!
Istituto di Sant'Ambrogio di Milano
3 de octubre de 1904



Rmo. Pro Vicario de las Misiones
Pbro. D. Esteban Pagliere. - Viedma.
Rmo. Señor Pro Vicario


Me pesa mucho al tener la desgracia de escribirle tan tarde y darle una noticia tan consoladora después de casi 8 días en que sucedió. Pero vale más tarde que nunca, y confiado de que ya habrá recibido la carta que le mandó S. S. Ilma. el Sr. Arzobispo Mons. Cagliero el mismo día en que sucedió.

El 27 del pasado setiembre era admitido en audiencia por S. S. Pío X el Ilustrísimo Mons. Juan Cagliero con otros treinta Padres Superiores de las Casas Salesianas de América y, entre ellos "el hijo del Rey de las llanuras Patagónicas". (Así dicen los diarios de Roma).

A las diez horas y media a. m. tuvimos la máxima dicha de postrarnos ante los pies del Vicario de Cristo en la tierra. Yo tuve la gran fortuna de ser el primero, después de Mons. y Don Marengo, de besar el Sagrado Anillo a Su Santidad.

¡Ah, mi amado Padre, si hubiera estado presente en ese momento, hubiera podido comprender la bondad del Padre Santo! A ninguno dio a besar el pie. A todos, uno por uno, la mano veneranda. A mí me llenó de caricias. ¡Oh, qué amable el Santo Anciano del Vaticano!

Después que todos saludamos al Santo Varón, el mismo Santo Padre me hizo señas de que comenzara mi discursito, pues se lo había dicho antes Mons. Cagliero que yo diría algunas palabras en italiano.

Cuando empecé, todo lo hice sin sentir nada en el cuerpo. Pero después que estaba en la mitad, todo mi ser se puso, en movimiento; las piernas me temblaban, las manos igual, la voz se me perdía un poco en la garganta. Hasta que al fin, cuando me arrodillé para pedir la bendición a S. S. sobre mi persona, familia y para los indios de la Patagonia, se me aumentaron los temblores y las lágrimas saltaban a mis ojos; finalmente concluí, pero bien.

Y el Santo Padre, ¡con qué atención, amor y afabilidad me escuchaba! No quiso tampoco sentarse en su trono. Mons. le dijo que se sentara y él contestó: "Cosí in piedi sto bene. Lasciami stare". ¿Veis Padre qué bueno es? Después que yo acabé, él mismo me levantó y me habló, contestándome sobre lo que le había dicho; y aquí le diré casi tal como me lo dijo en italiano. Se lo traduzco en castellano, porqué en italiano no lo puedo escribir bien: todavía no soy muy guapo para escribir en italiano. Pero ya lo hablo bastante bien.

He aquí las palabras del Padre Santo: "Bueno, hijo mío, te doy gracias por lo bien que hablas del Vicario de Cristo. Quiera el Señor que puedas poner en práctica todo lo que en él dices: de convertir a todos tus hermanos de la Patagonia en Jesucristo. Y yo, a este fin te doy de todo corazón mi Apostólica Bendición. Di a tu papá que el Santo Padre lo bendice a él, a toda su familia y a toda la gente que está en su poder. Dios te bendiga, hijo mío".

Mientras decía estas cariñosas y paternales palabras, yo no podía contener las lágrimas. ¡Oh cuánta bondad la del Padre Santo!

Después que me dirigió dichas frases habló a todos en general, agradeciendo la filial visita, e impartió su santa y apostólica bendición. Creerá quizá ahora que aquí habrá acabado la audiencia, pero tenga paciencia, amado Padre de seguirme donde yo lo conduciré por medio de la presente. Dada S. S. la bendición a todos, Mons. le presentó el plano de la nueva iglesia de San Carlos (Bs. As.), y le rogó que escribiera de su puño y letra su santa bendición sobre dicho plano. El bondadoso anciano con una sonrisa propia de un santo, de Padre amable hacia sus hijos, contestó con todo cariño de su alma: "Si, come no. Vengan in tanto avanti, tutti quanti". Y nosotros pasamos enseguida a otra sala, en su escritorio, y le hicimos corona. A su izquierda se sentó Mons. Cagliero y todos los demás en pie. Mientras escribía S. S., Mons. le dijo: "Cuanta bontá, Santo Padre!" y S. S. contestó: "Per questi figli miei. . . " Además de ser el Padre Santo cariñoso y amable, era también muy alegre. Aquí viene lo mejor y más precioso. Después que escribió su autógrafo en el plano indicado, Mons. Cagliero le presentó la carta de los Novicios y Aspirantes de Patagones, diciéndole: "Santitá, qui cé una lettera degli Novizi e Aspiranti della Patagonia, e pregano a Vostra Santitá di mandar loro la vostra santa benedizione". Su Santidad tomó en seguida la carta y sin leerla escribió en seguida su precioso autógrafo, impartiendo su santa bendición a todos los Superiores y Niños del Noviciado de Patagones que S. S. I. Mons. Cagliero la mandó en la misma tarde a Vuestra Reverencia.

Aquí le debo advertir que después de la audiencia y almuerzo salí con el Reverendo Padre Garrone a visitar las catacumbas de San Calixto y después paseamos por la ciudad toda la tarde y a la mañana siguiente a las nueve tomé el tren para Florencia, de modo que no he tenido tiempo de escribirle enseguida la carta. Vengamos a lo de antes. Concluido de satisfacer a los deseos de todos el amable Pío X, Mons. presentó a todos los Padres, uno por uno, diciéndole el lugar de destino: a todos tenía algo que decirles. ¡Cuánta bondad la del santo Santo Padre! Mientras todo estaba en calma, yo me repuse de nuevo y no lloré más, Aquí varios Padres pidieron varias gracias; como ser: el Padre Burlot pidió la facultad de dar la Bendición Papal a todos sus feligreses con indulgencia plenaria y todos los demás pidieron la misma cosa; el Padre Santo lo concedió. De modo que el Reverendo Padre Garrone, cuando vuelva a Viedma, dará la bendición Papal con indulgencia plenaria; a los que confesados y comulgados rogasen según la intención del Sumo Pontífice, podrán ganar dicha indulgencia. Después otros Padres pidieron la bendición de tal persona, de esta otra, como uno: bendición para el presidente de la Nación; otro para el Gobernador de tal provincia, otro, para al Arzobispo, Obispo, etc., etc. El Santo Padre dijo que dieran; es decir, comunicaran a todas las personas que tuvieran presentes en mente y corazón que el Santo Padre los bendecía a todos. De modo que yo puedo mandar la bendición del Padre Santo a cuantos conozco y quiero. Capisce?

Me había olvidado que Mons. Cagliero, al principio cuando entramos, presentó al R. P. Garrone, diciendo a S. S. que era el médico de la Patagonia con permiso de la Santa Sede y de la Nación Argentina, que hacía mucho bien a los habitantes de la Patagonia y que era muy querido y apreciado por todos... Don Garrone decía después que no se esperaba de ser tan alabado por un Arzobispo delante de S. S.

Continuando a lo de antes, todos pasamos nuevamente besando el sagrado anillo del Pescador, para despedirnos. Yo me quedé bien último en besar el Santo Anillo y S. S. me hizo una caricia: "Addio, caro figliuolo", me dijo con tanta dulzura. Antes de que salieran todos, cuando pasó el Padre Garrone a besar la mano del Padre Santo, éste le dijo: "O mío Dottore, addio; Dio vi benedica". Después Don Güiseppe Vespignani, antes de salir dijo a S. S.: 'Santitá; lascia venire con noi in America il nostro Mons. Cagliero?" S. S. le contestó: "lo non so niente". Otro Padre le dijo: "Santitá, lo faccia nostro protettore ante la S. Sede?" Y el Santo Padre: "Questo si che é buono". Y después afuera todos. Ya habían salido todos los Padres y yo solo me quedaba un poco atrás. El Obispo que cuidaba a S. S., me llama y me dice: "Ti chiama Sua Santitá". Yo vuelvo atrás y me conduce al escritorio del Padre Santo que estaba sentado y buscaba una cosita. Yo me hinqué delante de S. S. y junté las manos. Finalmente S. S. sacó un rico estuche que contenía una medalla de plata. De un lado tenía el busto de S. S. Pío X, y del otro el mismo que indica a los fieles la Inmaculada. Le besé nuevamente la mano y me hizo una caricia. Le di las gracias y él con una dulce sonrisa me despidió. Yo salí de la estancia contento como un no sé qué decirle por el hermoso regalo; altro que hermoso: preciosísimo y santo recuerdo de un Vicario de Cristo, del que representa a Jesucristo mismo en la tierra.

Quizá me haya hecho este regalo porque yo le regalé un precioso quillango de guanaco que S . S. junto con Mons. Cagliero lo pusieron al pie del trono. Como quiera que sea, a mí me basta saber que el Papa muy rara vez hace regalo a uno. Si a mí me lo regaló será y demuestra que el Vicario de Cristo es muy bondadoso. Soy muy dichoso; tener la dicha de guardar un recuerdo del Rey Santo de los Católicos. ¡Sea Dios bendito por esto!

Este regalo será un honor muy grande para mi querida familia, para el Noviciado de Patagones: tener un compañero así distinguido por el Vicario de Cristo. Todo este honor lo depongo a los pies de mis queridos Superiores y compañeros del Colegio San Francisco Javier. No lo digo esto por soberbia, sino porque me glorío de pertenecer a la santa casa de buenos niños como son los de Patagones. Sigamos lo que he contado. Salí solito de la sala de audiencia y me fui a juntar con todos lo demás Padres. Aquí me rodearon todos y me preguntaron el por qué me había llamado el Padre Santo. Y yo mostré el estuche colorado, que en la parte superior tenía el escudo papal, y lo abrí para que vieran la medalla. Mons. me dijo que era muy afortunado y así los demás Padres.
En fin, para acabar de hablar del Padre Santo, baste decirle que todos los Padres decían: "Es un Padre de los Salesianos. Es un gran Papa. Mejor no nos podía tratar y nosotros fuimos demasiado imprudentes. Nos hemos aprovechado de su bondad. Además, la audiencia duró media hora y algo más. Durante media hora hemos podido contemplar el rostro venerando, amable y paternal de nuestro Santo Padre. Jamás me olvidaré de este día tan feliz. ¡Oh, qué bueno es el Padre Santo Pío X! ¡El Señor y la Virgen Inmaculada lo conserven por muchos años!...

Dicen que goza de una perfecta salud. Yo espero verlo nuevamente en San Pedro el día ocho de diciembre, cuando venga a pontificar en honor de la Inmaculada Concepción.

Después de visitar al Padre común de los fieles, Mons. Cagliero nos llevó al palacio del Cardenal Rampolla, para hacer una visita también a nuestro Protector ante la Santa Sede. El Emmo. Señor Cardenal estuvo muy contento de la visita y nos dió a todos su santa bendición y nos despedirnos, dirigiéndonos al Colegio del Sagrado Corazón, llegando allá a las doce y media.

Ahora, amadísimo Padre, para no ser más largo que el Passio del Viernes Santo, concluyo mi pobre relación, contento si satisfago en algo sus deseos. Ahora Mons. Cagliero se halla en Sicilia; el R. P. Garrone anda haciendo su gira de Nápoles, Venecia y Loreto y muchos otros lugares: volverá luego a Turín. Yo también he hecho mi gira; esta carta la escribo desde Milán.

Pasado mañana volveré a Turín y visitaré todas las casas salesianas de esa provincia. Después volveré nuevamente a Roma, y allí: "asiento Pastoral".

Acuérdese, amadísimo Padre, de este su humilde hijo en Jesús y María:


Ceferino Namuncurá


P.D.: Casi todos los diarios de Roma hablan mucho de mí, así como los de Turín. Dicen: el Príncipe Namuncurá Zeffirino, etc., etc.,lo que quieren decir de mí.


 

Ceferino Namuncurá, el príncipe de las Pampas 3 / 3


Legado

Luego de años de investigaciones eclesiásticas, en 1972 el Papa Pablo VI dictó el decreto de Heroicidad de Virtudes y declaró Venerable a Ceferino Namuncurá, en reconocimiento a la radicalidad con que el joven había practicado las virtudes teologales, cardinales y anexas reconocidas por la Iglesia Católica. Ceferino vivió inspirado por la santidad, y así lo revelan su perseverancia en la fidelidad a Cristo en la prosperidad y en la adversidad, la constancia en el cumplimiento de los propios deberes, su profunda piedad, la alegría que lo animaba y que procuraba infundir a los demás, su pureza, el compañerismo y disposición a la entrega al prójimo con diligencia, y la notable fortaleza demostrada por él incluso ante la muerte.

Para la aprobación del decreto de beatificación era necesaria la constatación de un milagro documentado, sometido a examen riguroso por parte de especialistas competentes (médicos, teólogos). En el año 2000 –año de Jubileo Cristiano- el milagro se produjo: la curación inmediata, total y permanente del cáncer de útero que amenazaba la vida de una joven cordobesa, sin otra explicación posible que la intercesión de Ceferino.

Se ha cumplido el deseo que expresara Manuel Gálvez en El santito de la toldería (1947): “Magnífico sería para nuestra patria la beatificación del hijo de la pampa”. En 2007, el Papa Benedicto XVI declaró Beato a Ceferino Namuncurá; para la canonización (reconocimiento como santo), se requiere la constatación de un segundo milagro posterior a esta instancia.

Tanto las referencias de quienes lo conocieron como los escritos y el epistolario conservado dan fe del amor de este joven mestizo y criollo para con su pueblo. Su identidad aborigen y su condición de fervoroso católico brillaban con armonía. Ceferino tuvo por anhelo ser sacerdote y regresar a la Patria junto a sus hermanos de sangre para continuar la obra evangelizadora que él mismo había conocido. Hoy, su testimonio ilumina a la Argentina toda y se proyecta al mundo como modelo para la juventud.

Ceferino nos ha legado la responsabilidad heroica de buscar servir a nuestra Patria forjando los valores cristianos. Y con su ejemplo nos muestra que aun las circunstancias ordinarias, vividas de manera extraordinaria, por obra de la Gracia, pueden adquirir dimensiones épicas. 


 

Ceferino Namuncurá, el príncipe de las Pampas 2 / 3


Semblanza de Ceferino




Quiero estudiar para ser útil a mi pueblo”, sintetizaba Ceferino, revelando su vocación de servicio. Anhelaba formarse y ser sacerdote para regresar a los suyos y contribuir al crecimiento espiritual y cultural de su pueblo aborigen, como había visto hacer a los misioneros salesianos en su tierra.


Ceferino se formó académicamente con los salesianos. En 1897 ingresó al colegio Pío IX de Almagro, en Buenos Aires. El anecdotario recuerda que integró el mismo coro que Carlos Gardel, quien también cursó estudios en el colegio Pío IX, por entonces escuela de Artes y Oficios. Como alumno, Ceferino fue ejemplar. Se destacó por su condición de aventajado estudiante y excelente compañero, alegre y entusiasta: “sonreía con los ojos”, se decía de él. Fue conocido por su paciente actitud de escucha, por su digno y discreto comportamiento y por su notable disposición a superarse a sí mismo, que se manifestaba en el esfuerzo con que emprendía sus tareas. Además de manejar su lengua aborigen (mapudungun), se aplicó con empeño a perfeccionar el español y a aprender latín, y más tarde, italiano.

En 1898, luego de prepararse a conciencia, Ceferino recibió la Primera Comunión en la Iglesia Parroquial de San Carlos, y un año después, la Confirmación. Comulgaba con singular devoción y en los recreos invitaba a sus compañeros a hacer visitas al Santísimo Sacramento, para compartir con ellos su fervor eucarístico.

Al poco tiempo de manifestarse su vocación sacerdotal, aparecieron los primeros síntomas de la tuberculosis. En 1904, luego de una breve estadía en Viedma, Ceferino partió con Monseñor Cagliero rumbo a Italia, con la expectativa de lograr un tratamiento eficaz para su enfermedad y mantener la continuidad en los estudios. En Turín, el hijo del cacique Namuncurá, símbolo de la obra misionera salesiana en la Patagonia argentina, fue recibido con afecto por el Miguel Rúa (beato), Rector Mayor de los salesianos y primer sucesor de Don Bosco (San Juan Bosco); también lo acogieron los mil alumnos del colegio San Francisco de Sales.


El 27 de septiembre de 1904 Ceferino asistió a una audiencia privada con el Papa Pío X (santo), junto a sacerdotes salesianos. En esa oportunidad pronunció un breve discurso en italiano con emocionadas palabras y le obsequió al Sumo Pontífice un quillango de guanaco. Conmovido, S. S. Pío X lo incitó a seguir practicando la fe y a convertir a sus hermanos de la Patagonia al cristianismo; bendijo a Ceferino y a su pueblo y le entregó una medalla ad principes, (para los príncipes). Los diarios de Roma registraron la visita “del hijo del rey de las llanuras patagónicas” al Santo Padre.

S. S. Pío X

Ceferino prosiguió sus estudios en el colegio salesiano de Villa Sora, en Frascati (provincia de Roma). La tuberculosis que lo aquejaba continuó empeorando y en 1905 el joven quedó internado en el hospital de los Hermanos de San Juan de Dios, donde a pesar de la gravedad de su situación, se preocupaba por confortar a otros enfermos. Al comprender que su cuadro era irreversible, con gran fortaleza espiritual manifestó la plena aceptación de la voluntad divina: “¡Bendito sea Dios y María Santísima! Basta que pueda salvar mi alma, y en lo demás hágase la santa voluntad del Señor”.

Ceferino Namuncurá murió el 11 de mayo de 1905. Tenía dieciocho años. Fue sepultado en un cementerio popular de Roma (Campo Verano) bajo el amparo de una simple cruz de madera con su nombre. Sus restos fueron repatriados en 1924 y descansan en el Santuario de María Auxiliadora, en Fortín Mercedes, provincia de Buenos Aires.

Ceferino Namuncurá, el príncipe de las Pampas 1 / 3


La dinastía de los Curá


Hacia 1830, el Gran Cacique mapuche Calfucurá (“piedra azul”), abuelo de Ceferino Namuncurá, cruzó a las Pampas acatando la convocatoria del gobernador Juan Manuel de Rosas de unírsele como aliado.


Rosas, gran conocedor del mundo indígena, intentó promover una política de pacificación de los aborígenes que comprendía alianzas con sus caciques para posibilitar el avance hacia el sur. Su proyecto contempló la educación en el trabajo y la asistencia sanitaria y humanitaria para los aborígenes, en el marco de un plan para integrarlos plenamente a la nación. Asimismo, Rosas tenía como objetivos extender las fronteras pacificadas, brindar más seguridad a los pobladores de las zonas limítrofes y generar condiciones favorables para el desarrollo económico, especialmente agrícola.


Calfucurá, a quien se le había otorgado el rango de Coronel del Ejército de la Confederación Argentina, asistió a Rosas con guerreros en la batalla de Caseros (1852). Tras la caída del gobierno de Rosas, entre otras penosas consecuencias, fueron abandonadas las políticas de integración de los aborígenes, para dar lugar a disposiciones que propiciaban la exclusión y eliminación del elemento indígena. En consecuencia, recrudecieron los malones y los enfrentamientos.


En 1872, ante el incumplimiento de pactos de paz acordados, Calfucurá declaró formalmente la guerra al masónico gobierno de Domingo Faustino Sarmiento, pero fue derrotado en la batalla de San Carlos. Murió en 1873 y lo sucedió en su campaña y como Gran Cacique en el reino de Salinas Grandes su hijo Manuel Namuncurá, “pie de piedra” (1811 – 1908), quien igual que su antecesor sería conocido como “rey de las Pampas”. Namuncurá se alzó contra Buenos Aires, pero en 1878 fue vencido por Nicolás Levalle, subordinado de Julio Argentino Roca. En 1884 se rindió definitivamente. En Buenos Aires recibió el grado de Coronel de la Nación y se le otorgaron tierras en Chimpay (Río Negro); luego se retiró a las tierras de San Ignacio, en Aluminé (Neuquén).

Durante una misión realizada por los salesianos a la región de Aluminé, siendo un hombre anciano, Namuncurá recibió la Confirmación y la Primera Comunión, y su tribu fue catequizada y bautizada. Monseñor Juan Cagliero refirió que en aquella jornada el cacique, con júbilo, iba diciendo: “yo muy contento, yo vivir cristiano, mi familia también, yo buen argentino, y mi gente queriendo ser cristianos todos; ahora poder morir feliz, morir ahora buen cristiano”. 


Ceferino y Mons. Cagliero

Algunos años antes, el Padre Domingo Milanesio, misionero conocido como “el apóstol de los aborígenes”, había bautizado al hijo del cacique y de Rosario Burgos: Ceferino Namuncurá, nacido en Chimpay el 26 de agosto de 1886. Sobre el bautismo de Ceferino, celebrado en vísperas de Navidad en 1888, señaló Manuel Gálvez: “(…) ese 24 de diciembre será un día glorioso para las pampas, para los indios y para la Patria Argentina. Porque ese día queda marcado como cristiano (…) el más maravilloso y perfecto de los cristianos que ha habido en estas tierras”. En efecto, aquel día signaría el destino de Ceferino, vástago de la aguerrida estirpe de los Curá y príncipe de las Pampas.

domingo, 6 de julio de 2014

El mito de Orfeo


Comparación entre la música de Orfeo y el cultivo de la virtud (Fulton John Sheen).




"La formación del carácter (...) no debe basarse solo en la erradicación del mal, pues el cultivo de la virtud sería aun más estresante. (...) La diferencia entre las dos técnicas (sacar la mala hierba o plantar buenas semillas) se ilustra en el antiguo relato de los griegos: Ulises, al volver del sitio de Troya, quería escuchar a las sirenas que cantaban en el mar atrayendo a muchos marineros hacia sus profundidades. Ulises puso cera en los oídos de los marineros y se ató al mástil del barco, para evitar zambullirse aun si deseaba responder al llamado de las sirenas. Algunos años más tarde, Orfeo, el divino músico, pasó por el mismo mar; pero se negó a tapar los oídos de los marineros o a atarse al mástil. En vez de ello, tocó la lira de un modo tan bello que el canto de las sirenas quedó ahogado..."


Fulton John Sheen, Lift up your heart (Eleva tu corazón), 1950. 


Fulton J. Sheen

El mito de Ulises


Comparación entre el mástil y el madero de la Cruz (Leopoldo Marechal).





El mástil

Al finalizar su tratado De lo Bello, Plotino aconseja el retorno a la dulce patria donde la Hermosura Primera resplandece sin comienzo ni fin. Y señala, como paradigma del viajero, al prudente Ulises "que se libró de Circe la maga y de Calipso, no consintiendo en permanecer junto a las mismas, a pesar del goce y la hermosura que junto a ellas encontraba".

Elbiamor, has de recordar sin duda que Circe, revelándole al héroe los peligros que aún le aguardaban, le advierte primero el de las Sirenas que atraen con sus cantos y despedazan al viajero que las escucha y desciende a ellas. "En cuanto a ti ­ le dice la maga -, te es dado escucharlas, siempre que te encadenes de pies y manos al mástil de tu navío: así podrás gozar sin riesgos de sus voces armoniosas". Pero Ulises debe tapar con cera el oído de sus camaradas, a fin de que no escuchen ni sucumban.

El peligro, como ves, no está en oír a las Sirenas (o en "conocer" por lo que dicen), sino en dirigirse a ellas en descenso de amor. Y Ulises, el único navegador atado al mástil, deberá escucharlas. ¿Por qué? Porque las Sirenas dicen en su canto, según Homero: "Nada se nos oculta; sabemos todo lo que acontece en el vasto universo; el viajero que nos oye vuelve más instruído a su patria". Y el héroe, atado al mástil, oye la voz de las Sirenas y en su canción temible se alecciona. Mas no desciende a ellas ni es dividido ni devorado, pues está sujeto de pies y manos, como los jueces; ni tampoco abandona el rumbo de la Dulce Patria, porque la virtud del mástil se lo impide.

Pero la verdad fue revelada más tarde "a los pequeñitos". Y el Verbo Humanado que nos la reveló no lo hizo sin dejarnos un mástil: el mástil de los brazos en cruz a que se ató Él mismo para enseñarnos la verdadera posición del que navega, el mástil que abarca toda vía y ascenso en la horizontal de la "amplitud" y en la vertical de la "exaltación". 


Leopoldo Marechal, Descenso y ascenso del alma por la belleza, Capítulo XII, 1939.