Soneto de la Encarnación
… il suo fattore
… il suo fattore
Non
disdegnò di farsi sua fattura.
Dante, Par. XXXIII
Para que el alma viva en armoníaDante, Par. XXXIII
con la materia consuetudinaria
y, pagando la deuda originaria,
la noche humana se convierta en día;
para que a la pobreza tuya y mía
suceda una riqueza extraordinaria
y para que la muerte necesaria
se vuelva sempiterna lozanía,
lo que no tiene iniciación empieza,
lo que no tiene espacio se limita,
el día se transforma en noche oscura,
lo que no tiene espacio se limita,
el día se transforma en noche oscura,
se
convierte en pobreza la riqueza,
el modelo de todo nos imita,
el modelo de todo nos imita,
el
Creador se vuelve criatura.
Bello sería el río de mi canto,
que arrastra por el mundo su corriente,
si dicho canto no naciera en cuanto
el río se separa de la fuente.
que arrastra por el mundo su corriente,
si dicho canto no naciera en cuanto
el río se separa de la fuente.
Bello sería el silencioso llanto
de la estrella en la noche de mi frente
si dicha estrella no distara tanto
de quien le da la luz resplandeciente.
Bello sería el árbol de mi vida
si la raíz de amor lo sostuviera
sin estar alejada y escondida.
Bello
sería el viento que me nombra
si la voz que me llama no estuviera
perdida en la distancia y en la sombra.
si la voz que me llama no estuviera
perdida en la distancia y en la sombra.
Soneto de la unidad del alma
Yo que tengo la voz desparramada,
yo que tengo el afecto dividido,
yo que sobre las cosas he vivido
siempre con la memoria derramada;
yo
que fui por la tierra desolada,
yo que fui bajo el cielo prometido
con el entendimiento repartido
y con la voluntad multiplicada;
yo que fui bajo el cielo prometido
con el entendimiento repartido
y con la voluntad multiplicada;
quiero poner ahora la energía
de la memoria, del entendimiento
y de la voluntad en armonía
de la memoria, del entendimiento
y de la voluntad en armonía
con la Memoria que
no olvida nunca
con el Entendimiento siempre atento
y con la Voluntad que no se trunca.
con el Entendimiento siempre atento
y con la Voluntad que no se trunca.
Soneto
del amor milagroso
Aquel entendimiento que callaba
tiene toda la voz que no tenía,
y aquella voluntad que estaba fría
tiene todo el calor que le faltaba.
Aquel entendimiento que callaba
tiene toda la voz que no tenía,
y aquella voluntad que estaba fría
tiene todo el calor que le faltaba.
Aquel entendimiento que ignoraba
tiene la ciencia de que carecía,
y aquella voluntad que no quería
tiene el deseo que necesitaba.
Porque
para que el uno se levante
del sueño en que vivía sumergido
es suficiente con que yo te cante.
del sueño en que vivía sumergido
es suficiente con que yo te cante.
Porque
para que aquella no se muera
de la muerte que hubiera padecido
es suficiente con que yo te quiera.
de la muerte que hubiera padecido
es suficiente con que yo te quiera.
Soneto del amor victorioso
Ni el tiempo que al pasar me repetía
que no tendría fin mi desventura
será capaz con su palabra oscura
de resistir la luz de mi alegría,
que no tendría fin mi desventura
será capaz con su palabra oscura
de resistir la luz de mi alegría,
ni el espacio que un día y otro día
convertía distancia en amargura
me apartará de la persona pura
que se confunde con mi poesía.
convertía distancia en amargura
me apartará de la persona pura
que se confunde con mi poesía.
Porque para el Amor que se prolonga
por encima de cada sepultura
no existe tiempo donde el sol se ponga.
por encima de cada sepultura
no existe tiempo donde el sol se ponga.
Porque para el Amor omnipotente,
que todo lo transforma y transfigura,
no existe espacio que no esté presente.
que todo lo transforma y transfigura,
no existe espacio que no esté presente.
La
poesía de Francisco Luis Bernárdez
Francisco
Luis Bernárdez (1900 - 1978) fue un poeta y diplomático
argentino, de ascendencia española (gallega), nacido en Buenos
Aires. Entre 1920 y 1924 vivió en España, donde trabajó como
periodista. De regreso a Buenos Aires integró el grupo Martín
Fierro (Florida) y participó de la segunda etapa de la revista Proa,
como director. Fue contemporáneo y amigo de Jorge Luis Borges
y de Leopoldo Marechal. Participó de los Cursos de Cultura
Católica (CCC), fundados en 1922, y de Convivio, donde
consolidó su identidad católica y profundizó la formación
neotomista que marcaría su producción literaria.
Bernárdez asumió el catolicismo en su obra poética, en la que se destacan El buque (1935), La flor (1951), El ruiseñor (1945), El ángel de la guarda (1949) y Tres poemas católicos (1959). Otra obra recordada es la traducción de los Himnos del Breviario Romano (1952). También realizó trabajos en prosa. En su madurez, su poesía se caracterizó por un tono más lírico y romántico. Entre sus obras de temática religiosa hay composiciones orientadas a la teología, o bien a la piedad. Su producción poética es variada, y en ella se destaca el desarrollo del verso de 22 sílabas.
Bernárdez asumió el catolicismo en su obra poética, en la que se destacan El buque (1935), La flor (1951), El ruiseñor (1945), El ángel de la guarda (1949) y Tres poemas católicos (1959). Otra obra recordada es la traducción de los Himnos del Breviario Romano (1952). También realizó trabajos en prosa. En su madurez, su poesía se caracterizó por un tono más lírico y romántico. Entre sus obras de temática religiosa hay composiciones orientadas a la teología, o bien a la piedad. Su producción poética es variada, y en ella se destaca el desarrollo del verso de 22 sílabas.
La
poesía de tema religioso de Bernárdez se caracteriza por verter de
un modo sencillo en moldes clásicos un pensamiento teológico
tomista, tamizado por vivencias personales. En los poemas
religiosos de Bernárdez, con frecuencia el yo lírico refiere
acontecimientos vitales. Tal vez esto guarde relación con la
profunda vivencia que tuvo Bernárdez en 1926 en la Catedral de Notre
Dame (París), en la que se le reveló el misterio virginal de María,
experiencia que recoge en La flor. Su formación en los
Círculos de Cultura Católica influyó en el desarrollo de su
identidad como intelectual católico, como se ha dicho.
También lo marcaron sus experiencias en Córdoba, donde se
estableció para recuperarse de una dolencia respiratoria en 1931: el
paisaje imprimió en su alma sentimientos que serían un fuerte
motivo inspirador. Su matrimonio con Laura González Palau también
influyó en la vida y obra de Bernárdez.
En la poesía religiosa de Bernárdez se destaca el tomismo en cuanto a los conceptos tematizados y el franciscanismo en lo que respecta a la imaginería. Los conceptos teológicos se simplifican al modo franciscano, que aportan sencillez y simplicidad. Son frecuentes los desarrollos metafóricos de elementos de la naturaleza.
En la poesía religiosa de Bernárdez se destaca el tomismo en cuanto a los conceptos tematizados y el franciscanismo en lo que respecta a la imaginería. Los conceptos teológicos se simplifican al modo franciscano, que aportan sencillez y simplicidad. Son frecuentes los desarrollos metafóricos de elementos de la naturaleza.
Soneto
de la Encarnación
El epígrafe del poema pertenece a la Divina Comedia (… il suo fattore / Non disdegnò di farsi sua fattura). Corresponde a la apertura del Canto XXXIII del Paraíso. Dante canta a la Santísima Virgen María -traducido y prosificado-: "Oh Virgen Madre, hija de tu Hijo, humilde y alta más que otra criatura, término fijo de la voluntad eterna, Tú ennobleciste a la humanal natura hasta tan alto grado, que su Autor no desdeñó hacerse su factura".
El epígrafe del poema pertenece a la Divina Comedia (… il suo fattore / Non disdegnò di farsi sua fattura). Corresponde a la apertura del Canto XXXIII del Paraíso. Dante canta a la Santísima Virgen María -traducido y prosificado-: "Oh Virgen Madre, hija de tu Hijo, humilde y alta más que otra criatura, término fijo de la voluntad eterna, Tú ennobleciste a la humanal natura hasta tan alto grado, que su Autor no desdeñó hacerse su factura".
En este poema Bernárdez presenta con sencillez los aspectos centrales del misterio de la Encarnación, que hace posible la redención del hombre. Como recurso estilístico se destaca la antítesis: noche – día / pobreza – riqueza / muerte – sempiterna lozanía / temporalidad – eternidad / infinitud – finitud; esto permite articular el poema en dos tiempos: lo humano y lo divino, armonizados en la figura de Jesucristo. La oscuridad corresponde a la humanidad y la Luz a la divinidad. “El Creador se vuelve criatura”, ya que Jesucristo es verdadero Dios y verdadero hombre.
Soneto
lejano
Hay
belleza en el canto, en el llanto y en la vida en la medida en que
existe armonía entre la criatura y el Creador. Hay una Voz que llama
al hombre a través del viento, pero él debe responder con su inteligencia y sus acciones
(entendimiento y voluntad). Nuevamente se estructura el poema en dos
tiempos: lo que el hombre hace (sentido negativo) y lo que debería
hacer (sentido positivo). La composición se apoya en la repetición anafórica de "bello sería".
El orden cósmico y el orden interior se corresponden; y la armonía entre creatura y Creador es posible, si el hombre restablece el orden perdido por los afectos desordenados o por el pecado. Es el hombre el que se aleja de la fuente de la gracia, pero tiene la posibilidad de acortar esa distancia, referida en el título y en cada estrofa del soneto.
En este poema se apela a la metaforía de la naturaleza de estilo franciscano, esto es, basada en elementos primarios. En la poética de Bernárdez, simbólicamente, el agua podría ser la gracia sobrenatural; los astros, Dios (Santísima Trinidad); el viento que llama al hombre sería el Espíritu Santo; el bosque o prado sería el lugar de la presencia de Cristo. La simbología del árbol es amplia y diversa, pero en este soneto se refiere el árbol como la vida del hombre, con una raíz que es el Amor sobrenatural. El árbol es un elemento poético fuertemente connotado, pues tiene un componente subterráneo (las raíces), un tronco que se eleva, ramas que se expanden y que a su vez pueden tener hojas, flores y frutos; simbólicamente conecta el cielo y la tierra.
El orden cósmico y el orden interior se corresponden; y la armonía entre creatura y Creador es posible, si el hombre restablece el orden perdido por los afectos desordenados o por el pecado. Es el hombre el que se aleja de la fuente de la gracia, pero tiene la posibilidad de acortar esa distancia, referida en el título y en cada estrofa del soneto.
En este poema se apela a la metaforía de la naturaleza de estilo franciscano, esto es, basada en elementos primarios. En la poética de Bernárdez, simbólicamente, el agua podría ser la gracia sobrenatural; los astros, Dios (Santísima Trinidad); el viento que llama al hombre sería el Espíritu Santo; el bosque o prado sería el lugar de la presencia de Cristo. La simbología del árbol es amplia y diversa, pero en este soneto se refiere el árbol como la vida del hombre, con una raíz que es el Amor sobrenatural. El árbol es un elemento poético fuertemente connotado, pues tiene un componente subterráneo (las raíces), un tronco que se eleva, ramas que se expanden y que a su vez pueden tener hojas, flores y frutos; simbólicamente conecta el cielo y la tierra.
Dios
busca y llama al hombre, pero el ascenso a lo absoluto implica una
respuesta libre por parte de él: una ascesis y una purificación de
ansias torpes y afectos desordenados.
Soneto
de la unidad del alma
El
yo lírico describe la dispersión en que se encuentra haciendo
referencia a conceptos tomistas: afectos (divididos), memoria
(derramada), entendimiento (repartido), voluntad (multiplicada). En los tercetos hace
el propósito de ordenar la memoria (sentido interno), el
entendimiento y la voluntad (potencias del alma), a fin de lograr la
armonía con la divinidad. El yo lírico formula el propósito empleando un verbo volitivo en tiempo presente (quiero).
Soneto
del amor milagroso
Nuevamente
el yo lírico apela al tomismo para referirse a las potencias del
alma: el entendimiento y la voluntad. La armonía se da cuando el
hombre corresponde al Amor sobrenatural. Es el amor milagroso.
También
en este soneto se presenta la estructura en dos tiempos antitéticos:
lo que el hombre hacía (fase negativa) y lo que luego hace, que es
corresponder al Amor (fase positiva). De nuevo, la armonía se
plantea como posible, con la gracia de Dios y la respuesta del hombre. “Aquel entendimiento que ignoraba / tiene la
ciencia de que carecía”: la ciencia (don del Espíritu Santo)
permite juzgar rectamente sobre las cosas creadas, y que conozcamos
la manera de usar bien de ellas y de enderezarlas al fin último, que
es Dios (Catecismo Mayor de San Pío X).
Soneto del amor victorioso
Soneto del amor victorioso
El
soneto presenta una clara división entre los tercetos y los
cuartetos. En el primer terceto se plantea la antítesis entre la
desventura y la alegría sustentada en la Esperanza; y en el segundo
terceto el contraste es entre distancia y cercanía. Los cuartetos
desarrollan las cualidades del Amor omnipotente: todo lo transforma y
transfigura. Vence al tiempo y al espacio. Y a la muerte.
Aunque es delicado postular intencionalidades en los poetas, la obra de Bernárdez deja entrever en la sencillez con que expone la ortodoxia tomista, un propósito divulgativo y una finalidad catequética, congruente con el apostolado. La cosmovisión de Bernárdez es católica: presenta una visión religiosa del mundo y de la vida, que le hace hallar a Dios en la naturaleza y en todo lo que le sucede.
La poesía de Bernárdez revela que toda la heterogénea dispersión y complejidad del mundo esconde un fin último; que hay un orden en la Providencia. Hay un llamado de Dios al hombre; en su respuesta puede darse la armonía entre la creatura y el Creador. Al cantar a San Francisco, Bernárdez recrea a su manera el catálogo poético de la creación, y desentraña el principio de unidad que subyace en todo lo existente:
Y
distinguió las ligaduras que lo hermanaban con los seres y las
cosas.
Examinó con ojos nuevos todas aquellas criaturas misteriosas.
Los animales, las montañas, los grandes ríos, las estrellas y las rosas.
Todas las formas que veía le recordaban la belleza de una sola.
Y en sus gemidos diferentes reconocía sin esfuerzo un solo idioma.
Examinó con ojos nuevos todas aquellas criaturas misteriosas.
Los animales, las montañas, los grandes ríos, las estrellas y las rosas.
Todas las formas que veía le recordaban la belleza de una sola.
Y en sus gemidos diferentes reconocía sin esfuerzo un solo idioma.
Bernárdez también apela a la metaforía de la naturaleza y a la serena armonía para referirse al amor ordenado, como en “Soneto enamorado”:
Dulce como el arroyo
soñoliento,
mansa como la lluvia distraída,
pura como la rosa florecida
y próxima y lejana como el viento.
mansa como la lluvia distraída,
pura como la rosa florecida
y próxima y lejana como el viento.
Acaso sus versos más recordados
aplican tanto para el amor natural como para el sobrenatural:
Porque después de todo he
comprendido
que lo que el árbol tiene de florido
vive de lo que tiene sepultado.
que lo que el árbol tiene de florido
vive de lo que tiene sepultado.
Las raíces son lo que nutre al árbol
y posibilita el desarrollo de los frutos.
El dolor, la muerte, la oscuridad y el
pecado confieren categoría de destierro al vivir humano, cuyo
sentido es principalmente nostálgico de una Plenitud que no llega
todavía. Toda contrariedad y ruptura de la armonía se interpretan
como episódicas, ya que el hombre ha sido redimido y el destino al
que debe aspirar es el Cielo.
La poesía religiosa de Bernárdez
tiende a la simplicidad y es profundamente optimista,
pues se apoya en la Esperanza.
---> Análisis de El buque, El ángel de la guarda, La flor y El ruiseñor (Francisco Luis Bernárdez):
Cursos de Cultura Católica
Francisco Luis Bernárdez consolidó su identidad religiosa en los Cursos de Cultura Católica, donde se desarrollaban actividades formativas de orientación doctrinal tomista desde 1922. Participó también de Convivio, una peña de letras y arte vinculada al ambiente de los Cursos en la que fue gestándose un apostolado católico orientado a los intelectuales. Bernárdez colaboró con la revista católica Criterio, por entonces relacionada con el mismo ambiente cultural, que en su momento recogió producciones de alta calidad.
Los
Cursos de Cultura Católica constituían para los jóvenes laicos
un ámbito específico de formación. Ellos anhelaban ser un
vehículo de reconquista intelectual de la sociedad argentina:
querían recristianizar la Patria. En principio la iniciativa
de los cursos estaba a cargo de laicos, con presencia de un censor
eclesiástico y participación de sacerdotes en el dictado de
materias. Hasta fines de los años '30 mantuvieron una relativa
independencia respecto de la jerarquía eclesiástica, pero con la
llegada de la autorización por parte de Roma la injerencia de las
autoridades se plasmó en sus estatutos. En 1939 los cursos perdieron
relativa autonomía, y comenzó desde entonces una nueva etapa.
Los
jóvenes asistentes a los Cursos pertenecían a una generación de
conversos; no porque provinieran de otra denominación religiosa,
sino porque su vínculo con el catolicismo había cambiado de una
nominal piedad privada a la exposición pública. Esta conversión
implicaba no solo el fortalecimiento radical de una identidad
religiosa hasta entonces medida, sino además una visión
crítica y un cuestionamiento de su propia época y sus errores,
considerados a la luz de la filosofía.
La
participación en la vida intelectual de la ciudad de Buenos Aires
se basaba en su compromiso religioso y se manifestaba en un
modo radical de vivir la fe; ese testimonio de fe alimentaba
el apostolado, ya que los jóvenes cursantes evangelizaban,
difundían las verdades de la fe a partir de sus producciones
culturales y artísticas, al tiempo que establecían nuevos vínculos
con los sacerdotes y con la jerarquía. Las iniciativas de los
integrantes de los cursos revelaban su interés por competir por
la hegemonía del campo cultural argentino.
La
conversión y su testimonio delinearon un modelo de intelectual
católico, reforzado por el vínculo que los jóvenes cursantes
desarrollaron con las figuras más destacadas del renacimiento
católico europeo. También tejieron relaciones y contactos en el
interior del país, gracias a lo cual se abrieron Cursos en otras
ciudades de la Argentina. El interés por contar con el apoyo de
artistas dio forma a la iniciativa del Convivio, un espacio
de intercambio -no exclusivo para católicos- pensado también
como ámbito de apostolado: un clima favorable para la
recreación y la sociabilidad, y también para la
conversión, donde se apreciaba el arte y su belleza,
entendida como esplendor de la verdad. Para Francisco Luis Bernárdez
la poesía era una “emanación de lo eterno del ser”, y una
prolongación del plan de la Creación. Su poesía estaba cincelada
por su visión teológica.
Los
jóvenes cursantes se constituían en intermediarios entre el campo
intelectual y la Iglesia. El Convivio era una subestructura dentro de
los Cursos, y participaban de sus reuniones figuras tan disímiles
como Francisco Luis Bernárdez, Leopoldo Marechal, Juan Antonio
Ballester Peña, Osvaldo Horacio Dondo o Ignacio
Anzoátegui.
Los
Cursos se convirtieron en un exitoso experimento de intervención
pública: una propuesta atrayente que cada vez sumaba más
voluntades jóvenes. Ellos compartían un fervor religioso
que implicaba vivir la fe de un modo integral, no superficial
ni relegado a un rincón marginal de la existencia. Rechazaban por
lo tanto la división liberal entre la esfera de lo público / laico
y lo privado / conciencia religiosa. Sin embargo, esto no se
traducía en intransigencia en las relaciones interpersonales ni en
falta de vínculos con la sociedad profana, ya que el mismo
apostolado requería sociabilidad y apertura. Entre los invitados
a las actividades de los Cursos había figuras poco afines al
catolicismo, incluso políticos. El interés en intervenir en la
esfera pública y los requerimientos del apostolado movía a laicos y
sacerdotes a traducir los mensajes religiosos a discursos y formas
que fueran comunicables a una sociedad laica y liberal. La literatura
y la pintura fueron algunas de estas expresiones.
Los
Cursos generaron otro modelo de reunión, distinto del de las clases
normales, denominado Seminario. El objetivo de estas reuniones
era fomentar la participación activa de los estudiantes, si bien
estaba prevista la presencia de un docente. Estos círculos de
estudio versaban sobre tres temas: Historia de la Iglesia, Sagradas
Escrituras y Filosofía; y la dinámica estaba dada por el
pensamiento crítico, con los límites previstos por el magisterio.
Neotomismo
o neoescolástica
El
neotomismo o neoescolástica es un resurgimiento de la filosofía
escolástica medieval que tuvo lugar desde la segunda mitad
del siglo XIX y se desarrolló a lo largo del siglo XX. La
denominación neotomismo se debe a que fue Santo Tomás (1225
- 1274) quien dio forma final a la escolástica en el siglo XIII; se
consideraba asimismo que solo el tomismo podía infundir vitalidad a
una escolástica del siglo XX.
El
papa León XIII, en su Encíclica Aeterni Patris (1879) sobre la restauración de la filosofía cristiana conforme a la
doctrina de santo Tomás de Aquino, afirmó que la doctrina
tomista debía ser la base de toda filosofía que se tuviera por
cristiana.
En
1914, el papa Pío X se expresó en términos coincidentes en
la Encíclica Doctoris Angelici (Motu Proprio), en la que estableció a la filosofía
escolástica de Santo Tomás como base de los estudios
sagrados y advirtió que las enseñanzas de la Iglesia no
podían ser entendidas científicamente sin estos fundamentos
filosóficos. Siguiendo al santo Papa, los principales puntos de
la filosofía de Santo Tomás no pueden considerarse opinables, y
comprenden el pensamiento de los más importantes filósofos y
Doctores de la Iglesia. En términos de san Pío X, este marco
conceptual, presentado con inequívoca claridad por Santo Tomás de
Aquino, permite refutar los errores de cualquier época. Por el
contrario, “si se rechazan estos fundamentos o se los pervierte, se
seguirá necesariamente que quienes estudian las ciencias sagradas ni
siquiera podrán captar el significado de las palabras con que el
magisterio de la Iglesia expone los dogmas revelados por Dios”, y
esto ocasionará graves daños. El tiempo confirmaría los dichos del
santo Papa.
Tan
altos avales favorecieron la revitalización de la escolástica
medieval y sus conceptos fundamentales, en el llamado neotomismo.
La Iglesia Católica se aproximaría a los problemas de su tiempo en
múltiples ámbitos; destacaría así el valor de la objetividad
frente al relativismo, el valor del realismo frente al
idealismo y la consideración del hombre como una persona. El
catecismo enseña que el hombre es una criatura racional compuesta de
alma y cuerpo. Es un ser libre, trascendente, moral, relacional,
capaz de amar y de actuar en función de la actualización de las
potencias del alma: voluntad y entendimiento. La voluntad ordenada
busca el Bien, y el entendimiento, la Verdad. El alma es sustancia
espiritual, dotada de entendimiento y voluntad, capaz de conocer a
Dios y de gozarlo eternamente, tal es el fin trascendente del hombre
y la felicidad para la que fue creado.
El
neotomismo no tenía como objetivo enriquecer la doctrina tomista;
su aporte consistió en mostrar y demostrar la vigencia de los
postulados de Santo Tomás, especialmente en la Suma Teológica
(Summa Theologiae).
Esta vigencia permitió asumir una actitud defensiva y desafiante
frente a los errores de la modernidad y desarrollar los
principios tomistas a la luz de los problemas filosóficos
contemporáneos.