Leonardo Castellani
Publicado en Camperas: Bichos y personas (1931)
-Un
linar siempre es peligroso para una liebre -dijo la Liebre Vieja-, y
no asistiendo necesidad alguna, yo no veo...
-El
linar -dijo la Liebre Joven, que era muy romántica- parece un lago
celeste de tan tupido, igual y parejo que está, y de tan cuajado de
florecitas, que parecen haberse abierto todas de un golpe esta mañana
a un mandato de la brisa que las ondula. Me voy.
-Pero,
¿por qué razón?
-Por
mi realísima gana.
Las
Liebres, como todos los débiles, tienen el prurito de mostrarse
enérgicas, y son caprichosas y tercas, creyendo desplegar así una
singular fuerza de carácter. No hay más que verlas a escondidas una
noche de luna cuando salen a triscar*, los correteos absurdos que dan,
los brincos inverosímiles, las piruetas, aquel correr sin orden,
amontonarse aquí y desbandarse al momento, mordisquear una matita de
trébol y dejarla, aquel no hacer nada desplegando una actividad que
marea. Pero no obstante, cuando el peligro asoma, aquel puñado de
histéricas se recobra instantáneamente de su borrachera. Los remos
de acero recuperan su elasticidad prodigiosa y devoran campo casi sin
tocarlo; la vista se aclara, el oído se afina, y todas las fuerzas
vitales convergen como resortes para la huida vertiginosa.
Pero
en un linar no es lo mismo. Cuando la Liebre Joven sintió el ladrido
de los dos perros se puso fría. Disparar** fuerte una liebre por un
linar es como pedirle a un caballo que dispare por un cañaveral,
según son rígidos, duros y espesos los tallos. No le quedó más
remedio que recurrir a los brincos altos, cosa cansadora para sus
patas, mientras que los perros, que eran de más alzada, avanzaban
abriendo dos surcos en el lago verde, más por jugar que por otra
cosa, pues no esperaban alcanzarla. Y van y van, la Liebre Joven
ganando tierra a brincos desesperados, lo que la hacía
muy visible -¡no tener yo la escopeta ahora!- y mis dos perros
ladrando alegremente. Y he aquí que Cayuso tuerce bruscamente para
cortarle la salida del linar. Y la doña torciendo continuamente la
cabeza para esquivar al perseguidor y alargando desesperada
sus saltos de langosta. ¡Bravo, Cayuso, pero no la alcanzarás!
¡Ya va a salir! ¡Pumba, tomá, el alambre!
La
Liebre Joven, por mirar hacia atrás y hacia los lados, se topó con
el alambre de púa y se degolló en seco.
-¡Cuatro
ojos que tuviéramos en vez de dos, con los peligros que hay en esta
vida, todavía serían pocos! -dijo la Liebre Vieja a sus hijas al
terminar de contarles el suceso que ella presenció horrorizada
desde su cama, hecha un ovillo, en tensión formidable todos sus
músculos y sus nervios, para arrojarla si la descubrían, como una
flecha, en un salto desesperado...
-¡Cuatro
ojos no bastarían! Pero ya que no tenemos más que dos, ¿por qué
nos hemos de meter, canejo***, sin necesidad, adentro de un linar?
Tratándose de la vida, hijas, todo cuidado es poco.
¿Qué
no hubiera dicho la Liebre Vieja si se hubiese tratado de la Vida
Eterna?
* Triscar. Retozar, juguetear.
** Disparar. Escapar, huir, correr (Río de la Plata).
*** Canejo.
Interjección gauchesca: ¡caramba! Expresa asombro, admiración o
susto.