Leonardo Castellani
(argentino, 1899 - 1981)
Pintura de Rodolfo Ramos |
¡Oh,
laguna Pipo, si volviera yo a verte una vez más, y pudiese besar tus
orillas, mis canas se irían todas de mi cabeza y volverían a cantar
en mi corazón los jilgueros de mi infancia!
Totoras |
¡Si te viese de nuevo
como aquella mañana
en que el sol saliente inflamaba tus inmensos
aguazales azules sembrados de totoras y casi materialmente cubiertos
por alfombras overas de innumerables aves acuáticas, flamencos
rosas, patos blancos, caraús negros, chorlitos, biguás, gallaretas,
quillas, tuyuyúes, tuyangos, siriríes, chajáes, teros y garzas que
pescaban con inmensa algarabía!
Yo
estaba contento y escuchaba al borde del agua las cosas que me decían
todas las cosas...
-Quisiera
poder caminar por la tierra -oí decir a una Mojarra-, entonces sí
que estaría contenta.
-¡Si yo pudiese volar! -silbó la Iguana.
-¡Si yo pudiese volar! -silbó la Iguana.
Iguana |
-Nadar por el agua debe ser la gran felicidad -dijo un Tero desembarrando elegantemente sus patas.
-Tonterías -dijo un Pato bachiller-. Yo camino, yo nado y yo vuelo y sin embargo estoy profundamente descontento. Camino mal, chueco y desgraciado, y se ríen todos de mí; nado mal, y no puedo alcanzar a la Mojarra y tengo que comer gusarapos; vuelo mal y me alcanza en mi vuelo la escopeta. Mejor es saber una cosa bien que muchas mal. La felicidad consiste, a mi parecer, en tener todas las habilidades de todos los animales sin ninguno de sus defectos.
-Jay -dijo el Surubí asomando el hocico-, échele un galgo. La felicidad en esta tierra consiste en estar contento.
-¿Cómo se hace para estar contento con tantas penalidades?
-Para
estar contento hay que estar contenido. En latín contento significa
contenido. Hay que contenerse con gran fuerza dentro de los límites
del charco en que Dios nos puso. La mitad de mis paisanos pasan una
vida perra por andar buscando el mar cuando Dios los puso en la
laguna. Hay que saber caber en su molde y apretarse adentro de la
propia horma, y hacer el gusto a lo poco, mis hijos.
-Esas son teorías -dijo el Sirirí.
-¿Teorías? -replicó el Surubí muy enojado, asomando la aleta pinchuda y el lomo overo-. ¡Teorías son las de ustedes! Yo he sufrido mucho; y cuando uno sufre, sólo la verdad ayuda, y las teorías se apagan. Yo no he nacido en este barrizal, sino allá en el río Amores, que es un paraíso. Un día, una inundación me trajo aquí y yo que era joven y desprevenido no noté cuando el canal se secaba; y se secó y me cortó y me dejó en la laguna. Yo no soy pescado de barrial y pensé al principio morirme de dolor en esta pobreza. Lloré, grité, maldije, salté afuera a la playa, con peligro de ahogarme, y me golpeé la cabeza contra todas las totoras y los duraznillos. Un día entendí que recalcitrar era al ñudo y resolví explorar en todos los sentidos las posibilidades de la pobreza en que Dios sin remedio me había encerrado, hasta tocar el límite de arriba y el de abajo y los límites de todo el circuito horizontal. Viajé y trabajé y el trabajo me templó. Vi que no era tan pequeño el charco como mi dolor lo había exagerado y que para los años de vida que me quedan, al fin y al cabo, iba a durar sin secarse.
-Esas son teorías -dijo el Sirirí.
Pato sirirí |
-¿Teorías? -replicó el Surubí muy enojado, asomando la aleta pinchuda y el lomo overo-. ¡Teorías son las de ustedes! Yo he sufrido mucho; y cuando uno sufre, sólo la verdad ayuda, y las teorías se apagan. Yo no he nacido en este barrizal, sino allá en el río Amores, que es un paraíso. Un día, una inundación me trajo aquí y yo que era joven y desprevenido no noté cuando el canal se secaba; y se secó y me cortó y me dejó en la laguna. Yo no soy pescado de barrial y pensé al principio morirme de dolor en esta pobreza. Lloré, grité, maldije, salté afuera a la playa, con peligro de ahogarme, y me golpeé la cabeza contra todas las totoras y los duraznillos. Un día entendí que recalcitrar era al ñudo y resolví explorar en todos los sentidos las posibilidades de la pobreza en que Dios sin remedio me había encerrado, hasta tocar el límite de arriba y el de abajo y los límites de todo el circuito horizontal. Viajé y trabajé y el trabajo me templó. Vi que no era tan pequeño el charco como mi dolor lo había exagerado y que para los años de vida que me quedan, al fin y al cabo, iba a durar sin secarse.
¿Ustedes creen que alguna vez no se acongoja mi
corazón queriendo locamente volar por los aires hasta mi río natal
espléndido que él siente murmurar dulcemente atrás de aquellos
pajonales? Pero yo le aprieto fuertemente por medio de la
resignación. Y lo hago estar contento y contenido en este charco,
con el trabajo, con hacer bien a todos, con los escasos placeres de
este barrizal...
y con la esperanza de... ¿quién sabe? ¿Por qué
no puede venir un día otra inundación que me abra el camino del río
inmortal para siempre?
Si yo me muero antes, me basta con esta vida a
la que me he acostumbrado; pero, ¿quién me quita a mí la esperanza
de la otra?
El
Surubí se estaba metiendo en muchas filosofías y a mí la humedad
de la tierra en que estaba tumbado escuchando me estaba haciendo mal.
Me levanté, le tiré un cascotazo al pato sirirí y todos los
acuátiles se zambulleron y toda la bandada se levantó de un golpe,
sacudiendo el ambiente purísimo con el aletear repentino y unánime
de sus rémiges poderosas.
Pintura de Raúl Uribe González |
Fábula publicada en Camperas: Bichos y personas (1931).
Una lectura de Camperas, del Padre Castellani. Por Bernardino Montejano.
Una lectura de Camperas, del Padre Castellani. Por Bernardino Montejano.