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domingo, 20 de julio de 2014

Etapas de la Caballería


Suelen distinguirse distintas épocas en la historia de la Caballería Cristiana.


1. La época heroica


La Caballería conoció una época de oro, la que vivía la Cristiandad en esa etapa. Nos referimos especialmente a los siglos XI y XII. La época en que al Papa era nada menos que Gregorio VII, la época en que se construirían Compostela y Vézelay, la época en que el Cid iba ensanchando Castilla al paso de su caballo, le época en que Godofredo de Bouillon atravesaba raudamente el Asia Menor hacia Jerusalén, la época que vio elevarse San Marcos de Venecia, así como las catedrales de Toledo y París.

Fue una época brillante asimismo en santos: el tiempo en que vivió San Anselmo, San Bernardo, San Francisco de Asís.

Fue igualmente en este período cuando apareció la Chanson de Roland, la primera gran obra poética de Europa cristiana. Tal fue la mejor Caballería, la de los siglos XI y XII, la de las Cruzadas, una Caballería viril, austera y conquistadora.


La muerte de Roland, sobrino de Carlomagno en el Cantar, en la batalla de Roncesvalles


2. La época galante


[Fue] a principios del siglo XIII cuando [la Caballería] comenzó a ser cantada y glorificada en mil poemas y relatos fantásticos, como los del ciclo carolingio, del ciclo bretón o de la Mesa Redonda. Esta caballería es menos agreste, sí, pero porque es menos viril. Poco a poco comenzó a olvidar el antiguo objetivo, la tumba de Cristo, conquistada a golpe de lanza y a chorros de sangre. Las elegancias de un amor fácil ocupan en ella el lugar antes reservado al arte de la guerra, y el espíritu de aventura va reemplazando al espíritu de cruzada. A las asuteridades de lo sobrenatural se sustituye el naciente atractivo de lo maravilloso.




La época galante de la Caballería no concebía a un caballero sin una "dama de sus pensamientos", a la que aquel dedicaba sus hazañas, y cuyo nombre invocaba al entrar en combate. Quizás esta nueva figura vino a suplir el primitivo culto a Nuestra Señora -"Notre Dame"-, por la que justamente se rompía lanzas. La nueva dame, por lo general una duquesa o una princesa, fue, al parecer, artificiosamente introducida por los poetas. Tal amor era casi siempre un amor platónico, y a veces imposible, sea por desigualdad social, sea, incluso, por tratarse de una dama ya casada. 



Las caballeros de la Mesa Redonda, ilustración anónima para el manuscrito Lanzarote-Grial, escrito por Michel Gantelet en 1470.


3. La época de la decadencia


Si el siglo XII señaló el período de su apogeo, el siglo XIII comenzó a manifestar los síntomas de una progresiva decadencia. El auge de la "caballería galante" se fue acentuando. Las canciones de gesta de este siglo, las novelas de caballería, sensuales y ligeras, se fueron haciendo más y más afectadas [...]. Sobre el fondo de hermosos paisajes, llenos de pájaros y flores, un joven caballero parte altivamente en busca de lo desconocido. Una serie de aventuras que no difieren demasiado entre sí nos lo muestra en insolentes desafíos, penetrando en castillos encantados, cediendo a amores sensuales, recurriendo a misteriosos talismanes. Lo maravilloso se mezcla a lo sobrenatural, los encantadores a los santos, las brujas a los ángeles. Desde fines del siglo XII, este tipo de literatura comenzó a prevalecer, aunque coexistiendo con la literatura heroica. Fue el siglo XIII el que otorgó la palma de victoria a la novela facilonga y ablandante, donde la temeridad reemplaza al verdadero coraje, las buenas maneras ocupan el lugar de los gestos heroicos, las hazañas alocadas suceden a la austera entrega de la primera Caballería.


Las causas de la decadencia del espíritu caballeresco son difíciles de precisar. Ya hemos aludido a una de ellas: el declinar de algunas de las grandes Órdenes Militares. Estos monjes - soldados habían creado un nuevo estilo de coraje. Al perder las guerras religiosas su sentido, o terminar las Cruzadas, la paz les hizo mal, dedicándose al usufructo de las riquezas, o simplemente al ocio. Otra causa de decadencia lo constituyó quizás el hecho de haberse abierto el ingreso de la Caballería a numerosos candidatos indignos. A fuerza de prodigarse, el título de caballero se había ido envileciendo. [...] [Era un hecho] el pulular de aventureros que ya no observaban o ni siquiera comprendían el antiguo ideal de la Caballería. El espíritu religioso ya no impregnaba sus almas, donde la idea de Cruzada no palpitaba más. Ya no se sabían los campeones del bien y los enemigos del mal, ni los defensores de la debilidad. La costumbre de la blasfemia se les hizo habitual. Santa Juana de Arco luchó contra todo esto. Ella tenía la talla suficiente como para levantar una vez más el ideal de la antigua Caballería, que volvía a encontrar en ella la claridad de su época gloriosa [...].


Juana de Arco
  
En este proceso de decadencia influyó curiosamente un factor de índole pastoral. La Caballería sufrió un inesperado ataque desde el punto de vista de la religión. Los escritores encargados de dirigir las conciencias, o que anhelaban moralizar al pueblo no escatimaron sus reproches a la literatura caballeresca. Es claro que lo que atacaban era esa literatura propia de una caballería ya decadente y muelle, pero quizás lo hicieron sin establecer las debidas distinciones. La ofensiva anticaballeresca se realizó bastante tardíamente, en el curso del siglo XVI, cuando fue despertando en Europa, y principalmente en España, cierto misticismo religioso que contrastaba singularmente con el sensualismo del Renacimiento italiano, y prometía ser, como de hecho lo sería más tarde, barrera impenetrable contra las doctrinas nuevas y perniciosas. [...] Vives, fray Luis de León y tantos otros, denunciarían la literatura de caballerías.

[Pero como el pueblo tanto amaba esa literatura] los teólogos y moralistas del siglo XVI recurrieron a una treta apostólica: proseguir aquella literatura en la forma, pero transformándola en su fondo. Tal debió ser el origen de una serie de "caballerías a lo divino".

En 1554 apareció el libro quizás más notable y característico de este nuevo género, llamado Caballería celestial, [que relata historias bíblicas, al estilo de los libros de la caballería andante]. [...] Su autor fue Jerónimo Sanpedro, oriundo de Valencia. [...]

Otros libros de "Caballerías de lo divino", sobre todo en España, fueron los siguientes: Caballero de la clara estrella, de fines del siglo XVI, en que se narra la batalla de un hombre contra las pasiones y su triunfo final; Caballero asisio, con la vida de San Francisco; Historia y milicia cristiana del caballero peregrino conquistador del cielo. Metáfora y Símbolo de cualquier santo, que peleando con los vicios, ganó la victoria, de 1610.

El hecho es que esta espiritualización exagerada de la Caballería, esta suerte de clericalización -más allá de una legítima sacralización- de una situación eminentemente laical, resultó altamente nociva para la Cristiandad.


4. Supervivencia de la Caballería 

A pesar de este proceso de verdadera decadencia, el ideal de la Caballería siguió latiendo durante varios siglos en el corazón de miles de almas. Especialmente España, a pesar de aquellas tendencias a una espiritualidad un tanto desencarnada que se manifestaba en algunos sectores de la sociedad, fue tenacísima en conservar dicho ideal. A fines del siglo XV, el espíritu  caballeresco, fuertemente  diluido en los demás reinos de Europa, se hallaba en España más vigoroso que nunca. En Francia, que de alguna manera había sido la cuna de la Caballería, solo restaban maneras cortesanas. En Inglaterra, la política y la disciplina sustituían el estilo caballeresco. En Italia, Maquiavelo se burlaba de las proezas de los antiguos paladines. Solo España conservaba el ideal en toda su fuerza. Al fin y al cabo la conquista de América en su conjunto no fue sino una gran hazaña caballeresca. Carlos V fue un auténtico caballero, como lo demostró al llevar sus armas victoriosas a varios puntos de Europa y África; al proponer a Francisco I un duelo a la antigua usanza, entregando los destinos de una nación entera a las eventualidades de un combate personal; al liberar a España y Europa de los ataques de los turcos; y frenar los avances del luteranismo. Los patrióticos sentimientos del  pueblo español hallaban deleite en las admirables hazañas de Bernardo del Carpio, en las gloriosas gestas del Cid y otros héroes nacionales. San Ignacio de Loyola, espíritu caballeresco y asiduo lector de novelas de caballería, soñó en una Orden de caballería espiritual. [...]


San Ignacio de Loyola


 ¿Ha muerto la Caballería? No del todo. Sin duda, el ritual caballeresco ya no existe, ni la recepción solemne, ni los antiguos juramentos. Más aún, apenas si sobreviven restos o islotes de Cristiandad. La fe católica ya no informa las estructuras temporales del mundo moderno. [...]

Sin embargo sobreviven algunos espíritus caballerescos que preservan de la muerte a la sociedad, almas rectas y fuertes que se apasionan por la grandeza, por la defensa de lo que es débil y necesita protección, que reconocen la belleza del honor y preferirían la muerte a la felonía. Asimismo, sobrevien algunos resabios de caballería en lo que queda de respeto a la mujer, de suavización de las costumbres bárbaras en el uso de la fuerza, de cultivo de las buenas maneras, la afabilidad, la cortesía. Y perduran en lo que todavía seguimos llamando "caballerosidad", es decir, esa mezcla de dignidad, decoro, nobleza, desinterés,  sentimiento del honor, fidelidad a la palabra empeñada. Esto es lo que debemos a la Caballería, esto es lo que nos ha legado. El día en que en nuestra sociedad se borren los últimos vestigios de una cosa tan grande, moriremos.


Extraído de La Caballería, Alfredo Sáenz. Buenos Aires, Editorial Gladius, 2009 (sexta edición), págs 49 a 57.