Leonardo
Castellani
Publicado
en Camperas: Bichos y personas (1931)
Dice
Lessing, autor alemán, que con algunas virtudes que nos son fáciles
o connaturales andamos nosotros muy orondos, creyéndonos santos y
queriéndolas imponer a todos. Esto pasa a veces también en la
Argentina, lo mismo que en Alemania, como se vio en una asamblea de
animales que se reunió una vez en Santa Fe para hacer una
constitución. Todos acordaron que el mundo se debía arreglar; pero
no se ponían de acuerdo sobre el modo de arreglarlo. Era más o
menos como en el Parlamento.
-La
virtud que falta en el mundo -dijo el Puma- es la nobleza de
espíritu. ¡Oh, cuán miserables, cuán ruines sois todos vosotros,
hermanos míos, y cuántos males nacen de vuestra propia pequeñez!
-Yo,
con permiso de vuestra merced, mi patrón -dijo el Zorro retirándose
un poco-, si me preguntasen algo diría que prudencia, prudencia,
prudencia. Sin la prudencia, que es como la sal, la mejor virtud se
convierte en vicio. Por lo tanto, mucho ojo y mucha oreja, que el
mundo es un cazadero; pensar bien las cosas; desconfiar de todos y,
cuando se ha resuelto algo, a la obra cuanto antes.
-La
justicia -dijo el Perro-. Dar a cada cual lo suyo, caricias al dueño,
ladridos al extraño, toreos al ladrón, mordiscos al amigo que viene
a quitarnos la comida. La justicia es la madre de la fidelidad, y las
dos son el fundamento de la amistad que es el encanto de la vida.
-Fortaleza
en llevar las cargas del deber, en amoldarse a cualquier vida y a
cualquier clima, hasta morir en un campo de batalla sin saber por qué
ni por qué no, ese es mi ideal y, convénzanse, sin eso no haremos
nada -opinó el Caballo.
-La
templanza -dijo el Ñandu- es el sine qua non de la
felicidad. Un estómago -porque nosotros no somos más que un tubo
digestivo con patas-, un estómago que traga lo que se le pone por
delante, más que sean clavos o piedras, en cualquier parte estará
contento y estará ligero para disparar como refucilo y gambetear los
balazos de la vida.
-La
soledad y el silencio -sentenció la Lechuza misántropa-. ¡Cuán
sublime es la vida del eremita que metido en su cueva de tierra
medita todo el día, y sale solo en el silencio de la noche a robar
su humilde sustento, sin dejar por eso de acordarse de la muerte y
recordársela a todos con su lúgubre chillido!
-Pido
la palabra -metió el pico la Golondrina parlanchina; y sin esperar
que se la dieran: actividad, sociabilidad y cultura -dijo
volublemente-. He aquí lo que nos falta, señores. La vida es
movimiento. Yo que he viajado bastante, sin alabarme, y conozco todas
las costumbres de los pueblos y no ceso en todo el día de especular
y examinar por todos los contornos todas las cosas que existen desde
el lago azul hasta la nube excelsa, yo que...
-Una
palabra -suplicó la Calandria modestamente-. Sin repugnar a lo que
dice la estimada colega, ¿adónde dejamos la virtud de la
contemplación? ¿La contemplación que nos sublima, nos embriaga,
nos estremece en estertores extáticos? ¿La contemplación que nos
levanta hasta el cielo y nos deshace en trinos calenturientos?
-¡Chifladuras!
-zumbó una Abeja-. Trabajo es lo que nos hace falta. Trabajo manual,
activo, sin descanso, interminable...
-¡Ahorro!
-pitó una Hormiga-. Libreta de ahorro postal. Acostumbrarse
desde chico. El Gobierno cuida la plata.
-Lo mejor es el abandono en manos de la Providencia -rezongó el
Perezoso-. ¿Llueve? Que llueva. ¿Truena? Mejor. ¿Se hunde el
mundo? Entonces lo mejor es que nos agarre durmiendo. Impavidum
ferient ruinae!
-El
perro vicio que nos repudre a todos es la envidia -graznó el
Carancho, que es muy boca sucia-. Si yo estoy en una carroña, ¿por
qué m... motivo han de venirse en bandadas a zamparse lo que es mío?
El mundo es para gozar y uno debe divertirse mientras es joven; eso
sí, con prudencia, que la carne demasiado podrida hace daño a la
salud, unos cólicos espantosos. Nadie debe meterse con nadie, sino
dejarlo gozar en paz lo que cada uno ha
conquistado: eso es vida. Si a mí me dejaran, un día solamente,
atracarme hasta aquí de carne pasada, un día no más, yo sería
feliz y reventaría contento. Pero nunca me dejan. ¡Envidiosos!
-La
salud intelectual, moral y sobre todo física, que
es el fundamento de las otras dos -gruñó pausadamente el Chancho-,
son la fuente del bienestar individual y social. Y para eso, comer
bien. El que come bien, digiere bien. El que digiere bien, está
alegre. El que está alegre, no busca camorra. El que no busca
camorra, se ahorra disgustos. Y el que no tiene disgustos... digiere bien.
Dijo,
y cansado de su silogismo se tiró de panza al suelo con las patas
extendidas delante y atrás y cerró de nuevo los ojos.
En
fin, que allí hasta la Víbora salió recomendando la cautela, y la
Comadreja ladrona el cuidado de la propia familia. El apocado
Chingolo dijo que la humildad, la Oveja que la mansedumbre, el Gato
onza que la limpieza. Estaba allí el Sapo overo, y el presidente,
para cerrar el debate, como suelen cerrarse los debates de esta laya,
le preguntó:
-¿Y
vos qué virtud preferís?
-Yo
no sé. Yo no creo poseer ninguna.
Entonces
el Tero -juicioso, franco, buen amigo, no de balde es criollo-,
conmovido por la modestia del Sapo, tomó la palabra y dijo:
-Señores,
el único verdaderamente virtuoso de todos nosotros es mi compadre el
Sapo. Sí, mis amigos, y no rezuenguen
que es al ñudo, porque yo no tengo pelos en la lengua y
soy libre como el aire, y yo con libertad no ofendo ni temo -no hay
que olvidar que el Tero es uruguayo-. El sapo soporta con paciencia
la fealdad y la abyección que le dio el cielo; él es inerme,
limpio, comedido, amigo de los pobres; él no se mete con nadie; él
agradece a Dios con su pobre cantito sin gracia la lluvia que le
manda; él limpia los jardines
de alimañas y recibe en pago cascotazos de los chicos y patadas de
los grandes; él no ceja por eso de hacerles bien en silencio, hasta
que lo matan cruelmente un día sin razón alguna. ¿No es cierto
eso, mi amigo, mi compañero, mi feo, mi despreciado, que me has
salvado muchas veces mis huevos desinteresadamente? ¡Señores, la
única virtud grande es la virtud que cuesta y que, además, se ignora! ¡Y dejémonos, desde hoy, de canonizar nuestras propias inclinaciones, aunque sean buenas, y querer forzar a todos a caminar por nuestro camino!