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sábado, 9 de mayo de 2015

Las virtudes

Leonardo Castellani
Publicado en Camperas: Bichos y personas (1931)



Dice Lessing, autor alemán, que con algunas virtudes que nos son fáciles o connaturales andamos nosotros muy orondos, creyéndonos santos y queriéndolas imponer a todos. Esto pasa a veces también en la Argentina, lo mismo que en Alemania, como se vio en una asamblea de animales que se reunió una vez en Santa Fe para hacer una constitución. Todos acordaron que el mundo se debía arreglar; pero no se ponían de acuerdo sobre el modo de arreglarlo. Era más o menos como en el Parlamento.

-La virtud que falta en el mundo -dijo el Puma- es la nobleza de espíritu. ¡Oh, cuán miserables, cuán ruines sois todos vosotros, hermanos míos, y cuántos males nacen de vuestra propia pequeñez!

-Yo, con permiso de vuestra merced, mi patrón -dijo el Zorro retirándose un poco-, si me preguntasen algo diría que prudencia, prudencia, prudencia. Sin la prudencia, que es como la sal, la mejor virtud se convierte en vicio. Por lo tanto, mucho ojo y mucha oreja, que el mundo es un cazadero; pensar bien las cosas; desconfiar de todos y, cuando se ha resuelto algo, a la obra cuanto antes.

-La justicia -dijo el Perro-. Dar a cada cual lo suyo, caricias al dueño, ladridos al extraño, toreos al ladrón, mordiscos al amigo que viene a quitarnos la comida. La justicia es la madre de la fidelidad, y las dos son el fundamento de la amistad que es el encanto de la vida.

-Fortaleza en llevar las cargas del deber, en amoldarse a cualquier vida y a cualquier clima, hasta morir en un campo de batalla sin saber por qué ni por qué no, ese es mi ideal y, convénzanse, sin eso no haremos nada -opinó el Caballo.

-La templanza -dijo el Ñandu- es el sine qua non de la felicidad. Un estómago -porque nosotros no somos más que un tubo digestivo con patas-, un estómago que traga lo que se le pone por delante, más que sean clavos o piedras, en cualquier parte estará contento y estará ligero para disparar como refucilo y gambetear los balazos de la vida.

-La soledad y el silencio -sentenció la Lechuza misántropa-. ¡Cuán sublime es la vida del eremita que metido en su cueva de tierra medita todo el día, y sale solo en el silencio de la noche a robar su humilde sustento, sin dejar por eso de acordarse de la muerte y recordársela a todos con su lúgubre chillido!

-Pido la palabra -metió el pico la Golondrina parlanchina; y sin esperar que se la dieran: actividad, sociabilidad y cultura -dijo volublemente-. He aquí lo que nos falta, señores. La vida es movimiento. Yo que he viajado bastante, sin alabarme, y conozco todas las costumbres de los pueblos y no ceso en todo el día de especular y examinar por todos los contornos todas las cosas que existen desde el lago azul hasta la nube excelsa, yo que...

-Una palabra -suplicó la Calandria modestamente-. Sin repugnar a lo que dice la estimada colega, ¿adónde dejamos la virtud de la contemplación? ¿La contemplación que nos sublima, nos embriaga, nos estremece en estertores extáticos? ¿La contemplación que nos levanta hasta el cielo y nos deshace en trinos calenturientos?

-¡Chifladuras! -zumbó una Abeja-. Trabajo es lo que nos hace falta. Trabajo manual, activo, sin descanso, interminable...

-¡Ahorro! -pitó una Hormiga-. Libreta de ahorro postal. Acostumbrarse desde chico. El Gobierno cuida la plata.
 
-Lo mejor es el abandono en manos de la Providencia -rezongó el Perezoso-. ¿Llueve? Que llueva. ¿Truena? Mejor. ¿Se hunde el mundo? Entonces lo mejor es que nos agarre durmiendo. Impavidum ferient ruinae!

-El perro vicio que nos repudre a todos es la envidia -graznó el Carancho, que es muy boca sucia-. Si yo estoy en una carroña, ¿por qué m... motivo han de venirse en bandadas a zamparse lo que es mío? El mundo es para gozar y uno debe divertirse mientras es joven; eso sí, con prudencia, que la carne demasiado podrida hace daño a la salud, unos cólicos espantosos. Nadie debe meterse con nadie, sino dejarlo gozar en paz lo que cada uno ha conquistado: eso es vida. Si a mí me dejaran, un día solamente, atracarme hasta aquí de carne pasada, un día no más, yo sería feliz y reventaría contento. Pero nunca me dejan. ¡Envidiosos!

-La salud intelectual, moral y sobre todo física, que es el fundamento de las otras dos -gruñó pausadamente el Chancho-, son la fuente del bienestar individual y social. Y para eso, comer bien. El que come bien, digiere bien. El que digiere bien, está alegre. El que está alegre, no busca camorra. El que no busca camorra, se ahorra disgustos. Y el que no tiene disgustos... digiere bien.

Dijo, y cansado de su silogismo se tiró de panza al suelo con las patas extendidas delante y atrás y cerró de nuevo los ojos.

En fin, que allí hasta la Víbora salió recomendando la cautela, y la Comadreja ladrona el cuidado de la propia familia. El apocado Chingolo dijo que la humildad, la Oveja que la mansedumbre, el Gato onza que la limpieza. Estaba allí el Sapo overo, y el presidente, para cerrar el debate, como suelen cerrarse los debates de esta laya, le preguntó:

-¿Y vos qué virtud preferís?

-Yo no sé. Yo no creo poseer ninguna.

Entonces el Tero -juicioso, franco, buen amigo, no de balde es criollo-, conmovido por la modestia del Sapo, tomó la palabra y dijo:

-Señores, el único verdaderamente virtuoso de todos nosotros es mi compadre el Sapo. Sí, mis amigos, y no rezuenguen que es al ñudo, porque yo no tengo pelos en la lengua y soy libre como el aire, y yo con libertad no ofendo ni temo -no hay que olvidar que el Tero es uruguayo-. El sapo soporta con paciencia la fealdad y la abyección que le dio el cielo; él es inerme, limpio, comedido, amigo de los pobres; él no se mete con nadie; él agradece a Dios con su pobre cantito sin gracia la lluvia que le manda; él limpia los jardines de alimañas y recibe en pago cascotazos de los chicos y patadas de los grandes; él no ceja por eso de hacerles bien en silencio, hasta que lo matan cruelmente un día sin razón alguna. ¿No es cierto eso, mi amigo, mi compañero, mi feo, mi despreciado, que me has salvado muchas veces mis huevos desinteresadamente? ¡Señores, la única virtud grande es la virtud que cuesta y que, además, se ignora! ¡Y dejémonos, desde hoy, de canonizar nuestras propias inclinaciones, aunque sean buenas, y querer forzar a todos a caminar por nuestro camino!